Resaca
Acabo de despertar mal a gusto, cansado, creo que es por la
devastadora cuadra donde habito. Mi departamento está medio en ruinas -y no por
su estructura arquitectónica- después de un mes sin limpiar la habitación, os
podéis imaginar ropa sucia repartida entre el dormitorio, el salón y el baño;
olor a soledad, a tabaco de colillas mal apagadas y paquetes sin fecha de
caducidad, a ron (creo haber visto desde mi cama tres botellas casi acabadas).
Estoy dejado y sin ganas de recogerme. Sin amor propio o
algo parecido. Me levanto y entro en la cocina, por llamarlo de alguna manera.
Dos sartenes con aceite renegrido, un tazón de leche con los posos del café más
certeros en adivinar el futuro… Y el pasado, ya ni me acuerdo desde cuando no
lo lavo, pero me da lo mismo. La echo un poco de azúcar, algo de café, leche y
listo. No hay una mísera galleta que llevarse a la boca. Acabo y me vuelvo a la
cama.
Prefiero no pensar el fin de semana que me espera, me siento
demasiado trastocado como para hacer algo fructífero, además son las once de la
mañana y no tengo ninguna obligación de pensarlo.
Me despierto a eso de las tres y parece que la tormenta ha
pasado, me lleva un par de lavadoras en lo que limpio la cocina y cierro cuatro
bolsas de basura, conmigo dentro. Ahora sólo huele a resaca y eso se pasa con
una fregona y una ducha fría.
Me regalo una buena comida, escuchando el hueco de mi
frigorífico, bajo a la tienda de los chinos que es lo único abierto un domingo
a estas horas. Escalopes y limón y me pongo manos a la obra.