¡Inge, escucha! ¡Entiendo perfectamente

 


2020 12 30

 

-¡Inge, escucha! ¡Entiendo perfectamente como te sientes,de verdad!

 

Inge seguía sollozando hecha un ovillo en el sofá de piel que habían rescatado de los escombros hace unos días. Los rayos del sol entraban por la ventana del salón del ático de Fey, recién levantado de la siesta por una Inge descompuesta.

 

-Dame un segundo, ¿quieres un café? Tengo cápsulas para un año guardadas en el piso de abajo.

-Un té verde helado

-Venga pues un té helado para la señorita, pero vamos a la terraza que hace divino.

 

Inge no cambió de posición mientras Fey procedía a ejercer de buen anfitrión. Y empezó a hablar mientras preparaba el café y la infusión.

 

-¡La cosa está jodida, estamos de acuerdo en eso! Pero de nada nos vale llorar y tirarnos en la cama. Ayer mismo estabas gloriosa y estupenda cuando encontraste el vinilo de Vetusta, intacto en aquellos edificios. Tienes que serenarte y amoldarte a la situación. Olvidar el pasado, centrarte en el presente y estrujarle. Esto es una puta lotería y nos ha tocado. ¡Estamos vivos y tenemos una ciudad entera casi, para nosotros solitos! Tranquila, ya llegarán a jodernos. Ahora tenemos que hacer un bunker… ¡No, varios! Tenemos que recopilar todo lo que podamos y esconderlo. ¿Qué te crees, que yo no pienso en mi familia? Claro joder, pero si están vivos volverán a casa; lo menos que puedo hacer es hacerles una bienvenida por todo lo alto. A mi hermana vestiditos, ¿qué piensas que los que voy recogiendo por ahí son pensando en ti? Sois más o menos de la misma talla. A mi madre libros y más libros. A mi padre tabaco y vino, si se tiene que morir que sea disfrutando. Comida, mucha comida y bebida para todos. Tengo la esperanza de encontrarme con alguno de mis amigos, aunque todos estaban fuera de la ciudad ese día. ¡Al final el pobre ha sobrevivido!¡Es alucinante! Vale que es una putada en sí, pero para nosotros, ¡vivos y coleantes!¡Qué cojones! A mantenerse vivos lo mejor posible y arrasar (entrecomillándose, mirando hacia Inge) con todo. ¡Joder Inge levanta y al sol! Sino ni té ni cigarrillo ni hostias en vinagre…

 

Inge le miró, le había escuchado y no sabía si reírse o llorar aún más, le pasaba a menudo.

 

-Estás muuu tonto – le espetó.

-Lo que tu digas. Nos falta hierba para petarlo, pero mejor no, que te vuelves más tontita y soy yo quien te tiene que aguantar. Por cierto ¿para que usas sujetador con esos meloncines bonitos que te has implantado? Sino lo usaras te hubiese visto una teta y encima de agustito, estaría un pelín empalmado.

-Venga, dame el té y salgamos, tú si que necesitas un poco de aire.

-Me despierto así, ¿qué quieres que te diga?¡Es como un don!

-¡Flipaoo! ¡Qué bueno hace, es verdad!

-Quitate la camiseta y mantenme vivo

-Dejalo ya Fey, gracias

-Ya se puso seria, otro día que no follo

 

Habían transcurrido tres años desde el desastre y en muchas ocasiones Inge caía en el derrotismo más absoluto y se derrumbaba sin pudor delante de Fey. Fernando Ibáñez García era su nombre completo. Fey se lo habían puesto sus amigos, hasta su madre le llamaba así a veces. Entre lo dos se ayudaban. Fey parecía feliz con la situación, aunque tenía sus momentos. Lo que más le angustiaba era encontrarse con gente. A Inge le sorprendía la inseguridad con que se mostraba a los pocos supervivientes que se encontraban en sus exploraciones diarias. Fey no se fiaba de nadie, excepto de Inge. Todavía no sabía muy bien por qué. Fey era receloso con ella y la advertía de los peligros de la gente en estas situaciones, como si hubiera vivido tres holocaustos en los últimos seis meses. Parecía un experto en la materia, pero le ayudaba, le hacía confiar en Fey a ciegas. Le inspiraba seguridad.

 

Fey estaba en forma a pesar de la edad, que ayudaba; pero además, había sacado un carácter entre heroico, temerario y prudente en varias ocasiones. Se enfrentaba a cada día con prudencia y siempre con su cuaderno en la mochila. Luego tenía otro más pequeño que llevaba en la mano y no paraba de apuntar insistentemente sus cosillas. Cuando parábamos, sacaba el que tenía en la mochila, más grande y más cuidado y “pasaba a limpio” sus anotaciones. Antes de abordar cualquier aventura, como la de entrar en un edificio que parecía abandonado o abrir la puerta de un autobús con las ventanas ensangrentadas volcado en la mitad de una calle o algo así. Fey insistía que Inge esperara afuera. La protegía como por instinto, como si fuese una niña pequeña. Y cómo tal, pensaba, que después de mucho tiempo se estaba enamorando, pero se la pasaba al instante recordando su vida anterior. Llevaban casi dos años en el mismo portal sin apenas hablarse, a pesar del desastre.

 

Entradas populares de este blog

Una madre palestina

Mil y una entradas

Reflexión sin pasión