La fontanería
2022 06 02
¡He perdido el cuaderno!… ¡Qué noooo!
Ayer paseé muy tranquilo por una judería
llena de mujeres de alterne, pusimos flores en la tumba de un gigante,dibujamos
la torre de una iglesia derruida y acabamos pintando de colores el jardín de un
niño que tenía pesadillas.
Saludé a varios amigos de la infancia y
otros más cercanos, parecía un poeta exiliado, volviendo a su tierra después de
varios años en silencio.
Acunado por una guía y sus dos
acompañantes, que fueron inspiración suficiente para escribir un cuento sobre
el arte de curarse con caricias entre líneas y besos lanzados al aire,
recogidos por las páginas en blanco (sus alas revoloteando) de pajaritos que
bailaban a nuestro alrededor, recogiendo las migajas de nuestros versos y
colocándoles milimétricamente, para hacer de nuestras torpezas, canción.
Fue desintoxicante, revelador, sencillo,
sereno, amable; pero también una bomba, una explosión de colores que hicieron
salir un arcoiris entre las grietas de una ciudad de piedra, un rebosante
estallido de verde naturaleza, una sonrisa casi perenne en el rostro de una
musa interior adormecida…
Gracias al oficio de fontanera, arreglamos
un grifo atascado de una realidad rencorosa y poco afable con la belleza…
Gracias a dejarnos tocar por un especialista, la musa se sentó a mi lado, me
pellizcó el culo y, todavía hoy, me sigue abrazando.
Comparto con vosotros el viaje que me hizo
sentir bonito, sin mirarme al espejo en ningún momento:
Iglesia de San Martín. Historia de un
gigante
El relieve de la portada principal, con San
Martín entregando su capa a un mendigo, fue la primera pista. Vanesa, en su
afán casi infantil de profesora de arte jubilada; investigó, leyó, preguntó y
terminó descubriendo el secreto tesoro que dentro de la capilla se hallaba
escondido…
A la pregunta que su nieta la había hecho,
fue capaz de responder al cabo de unos años…
Diana, la nieta de Vanesa, había apreciado
demasiado grande la cabeza del mendigo y dijo: “¡Seguro que era monstruo, se la
dio para taparse! ¡No es un mendigo yaya!
Su nieta, siguió los pasos de la abuela. Se
hizo historiadora del arte y en un paseo cultural se asomó a la fachada…
Escritura automática
Ya está, solo, como más a gusto se escribe.
Acaban de sonar las campanas y el viento me acuna. Una puerta suena al fondo.
Me gustaría que estuvieras aquí, con nosotras… escribiendo por oleadas, esas de
tierras castellanas, llenas de espigas, de amapolas, de sol ardiente y
sofocante. Me acabo de acordar de tu melena, ha soplado el viento más fuerte.
¿Una coleta? Tu pelo enmarañado se te ha echado encima de tus ojos… ¿Una coleta
o prefieres que te lo quite yo, mientras me acerco para darte un beso? Ojalá…
Gracias por pasarte por aquí, no te
esperaba y ha sido relajante, satisfactorio… intenso. Pensaba que en mi cabeza
no cabían más caricias, pero para ti… siempre hay besos.
José Zorrilla ve el fantasma de su abuela
s. XIX
- ¡Mamá, mamá! ¡Ven por favor!
- Paquito, es muy tarde, no seas pesado.
José, Paquito para sus padres, se acercó a
la habitación del matrimonio. Pegó un salto y abrazado al pcho de su madre, la
empezó a contar entre sollozos que…
- He visto a la abuela
- Mira que dices bobadas. ¿Qué te he dicho
de leer esos cuentos de hadas que te trae tu tío?
- ¡Que no mamá!… Me ha preguntado por ti.
Vestida de blanco, con un camisón como el tuyo… Me ha apretado los mofletes y
es cuando casi me caigo de la cama.
- ¿Y qué cariño? ¿Sabía que me había
casado? Porque la perdí siendo muy pequeña…
- Sí, decía que se había enterado y quería
conocerme. Esto ya, sentado al borde de la cama
- ¿Y qué le has contado?
- No he podido hablar… He empezado a
temblar, a llorar… Se ha acercado a abrazarme y justo en ese momento he
gritado… No me soltaba… Me ha dado mucho miedo mamá…
- Duerme cariño, duerme. ¡Mañana te leo un
cuento yo, de los que me contaba su madre!
- ¿Tu abuela?
- Sí esa…
- Esa sí que era buena ¿verdad mamá?
- Duerme cariño, duerme.
Un retrato de una persona conocida
Destaca, no por su altura, que supera el
uno noventa, eso es lo de menos. Es su rostro alargado, su nariz infinita, se
te acerca y te eclipsa. Pero es una oscuridad bella, acogedora… Arropa con su
sonrisa, también enorme. Te abraza y todo se nubla, pero de nubes rosas, de las
que comen los niños en las plazas de los pueblos pequeñitos.
Juegos de la infancia
- Dejad de dar vueltas con la bici y venid
– dijo Jesús a gritos.
Era él el que mandaba. Nos pusimos pegados
a la pared, justo al lado de la puerta del ayuntamiento y, él mismo, se encargo
de hacer los equipos. Tuve suerte, y acabé en el suyo.
¡Burro, burro, burro!
Pedro se abrió la cabeza. Era el más bruto,
y después de varias vueltas, y de hacer daño a varios de mis amigos. Le tocó su
turno.
Recuerdo esa tarde. Los siete nos metimos
en el cuatro latas de mi padre y fuimos al ambulatorio, que estaba en el pueblo
grande. A Pedro le vendaron la cabeza. Lo que nos reímos de él en el viaje de
vuelta.
Al día siguiente, Pedro quería volver a
jugar con nosotros. Jesús se acercó a mí y me dijo al oído:
- ¿Le dejamos? Igual se le abre la herida y
vamos otra vez de viaje con tu padre… ¡Ayer fue divertidísimo!