Un timbrazo que despierta

 


2011 10 08

Un timbrazo que despierta a un muerto levanta a Ángel… no de un salto, pero si cagándose en todo y maldiciendo, por vivir en una casa que no le pertenece, de la que estuvo ausente una larga temporada, a la que sólo quería volver de visita… y ahora, ¡por la puta crisis! Vuelve a ser su hogar.

 

Maldiciendo, decía, porque “¡Seguro que no es para mí la cartita de los cojones!”

 

Descuelga el telefonillo: “¡Cartera!”

 

No cambia para nada su rutina. Se pone la leche con nescafé (del barato), le echa cuatro cucharadas de azúcar, coge dos magdalenas y de vuelta a su habitación. Abre el correo con la esperanza de que alguna empresa haya atendido a sus suplicantes CVs; pero nada.

 

Mientras unta la última magdalena sube su madre con la compra, abre la puerta de la habitación (sin llamar, ésta es su casa) saluda y pregunta como cada día, si va a salir a buscar trabajo.

 

“¡Ahora, ahora!”, contesta Ángel, que sin lavarse la cara si quiera, coge la cartera y se baja al bar a leer el periódico (Clasificados: ofertas de trabajo).

 

Ya no lee ni si quiera el deporte, echa un vistazo a la sección de cultura, apunta un par de libros y autores de esos que ganan premios de poesía y despidiéndose, con más desesperanza y desgana aún que cuando se despertó maldiciendo su destino. Sube a casa, se pone otro vaso de leche, se encierra en su habitación y bucea por Internet en su Netbook; con la esperanza de agotar el día hasta que salgan sus colegas del trabajo para ir a entrenar al baloncesto, con una sonrisa; como si no hubiese pasado nada…

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