Ateo capitalista

 


2019 06 19

 

Supongo que cagarse en dios a estas alturas está de más. Todos sabemos que hay que llamarlo por su nombre es el maldito capitalismo.

 

Digo esto, porque hace mucho que no escucho ni leo, que no sea de mi puño y letra o de mi voz áspera y ronca, un GRACIAS en esos lugares tan obscenos como el trabajo.

 

Sólo escucho entre risas mal intencionadas y miradas huidizas, insultos al que se esfuerza por sacar el turno adelante o menosprecios al que “tira del carro” para repartir los sobre esfuerzos para que todos se vayan “enteros” para casa, menos él…

 

Escucho excusas con voz ronca y alterada por un lado y en cuanto aparece el jefecillo, jefe o jefazo; una dulce voz melosa que agacha la cabeza y agradece con una benevolencia desproporcionada los latigazos que le fustigan.

 

Luego, yo soy el alterado. El que se salta las normas por hacer dos o tres trabajos al mismo tiempo para que el del turno siguiente no entre cabizbajo por el trabajo atrasado. Soy el que asume las ordenes de unos jefes que no recuerdan que las implantaron hace una semana porque ahora ya no les convienen. Soy el que, en los descansos pactados, aprovecha para ponerse al día con el trabajo y dejar lo menos posible aparcado. Soy el que se va para casa deslomado escuchando de su jefe que el doble de trabajo no supone el doble de esfuerzo. Soy el que no puede hablar de los problemas con su jefazo porque tiene otros jefes a los que contárselo y ve como ese jefazo pide hablar con un compañero.

 

Pero yo no puedo hablar…

 

Mi tatuaje del cuello, mi brazo musculado, mi barba desarreglada, mis pelos alborotados… ¡Dan miedo y espanto!

 

Pues yo creo que es mi lengua, clara y esponjosa; la que da miedo. La misma que se ofreció a quedarse un rato más si se necesitaba para no parar la cadena, la misma que se pregunta porque no hay más gente si hay el doble de trabajo, la misma que pregunta una y otra vez si puede ayudar en algo al compañero, la misma que da las GRACIAS a los compañeros por pequeños detalles que aligeran el peso del exceso de trabajo, la misma que corta las conversaciones esporádicas para seguir trabajando en la otra punta del escenario atroz que nos han dibujado con garabatos…

 

Pero hoy y a lo largo de esta semana, que se tercia bastante larga; procuraré estar callado y cuando me encuentre con dos personas menos a las dos horas de empezar el turno, seguiré calladito trabajando. Cuando mi jefe me pregunte, le responderé con la mayor brevedad posible y sin cuestionar sus recados, agacharé la cabeza, doblaré el lomo y seguiré trabajando y como acostumbro en todas las conversaciones, le daré las gracias por escucharme.

 

Gracias a ellos: jefazos, jefes y jefecillos; me han vuelto a la cabeza antiguos episodios dramáticos de mi vida. Gracias a ellos, quizás la siguiente semana pase a confesarme por la iglesia que cura todos los males y descanse unos días en el regazo de la virgen y los opiáceos.

 

Gracias por haberme quitado la ilusión en tan breve espacio de tiempo. No he tenido una novia más sincera en mi vida.

 

Os puedo asegurar que he tenido jefes, jefecillos y jefazos iguales o peores que vosotros; pero tengo que reconocer que cada vez estoy más débil para enfrentaros. No me quiero meter a ultratrails para soportar mi hartazgo por vosotros y por los compañeros que os lamen la chepa.

 

Os puedo asegurar que tomaré medidas a mi favor para remediar la desidia que estáis incrementando día tras día.

 

GRACIAS por hacerme ver que todo se va al carajo y siguen estando los mismos a mi lado.

 

Voy a llamar a mis padres antes de seguir con esto y echar doce horas en el trabajo. La receta ya la sé, para superar esto. Lo que me cuesta es sucumbir a ese dios que todo lo puede

Entradas populares de este blog

Mil y una entradas

Una madre palestina

Reflexión sin pasión