Viva el vino
2019 07 18
No consigo abaratar la agonía de la imprudencia que fue caer
a este mundo.
Tengo la terrible manía de no hablar con quien debo al
instante. Petrificado me quedo al acercarme a quien me apetece en el momento, con
el pecho descubierto cuando lo único que puede hacerme salir de ese oscuro
sendero es un beso en la ingle de aquella que un día abandoné por mi latente
inapetencia.
Puede que, a pesar del hastío, la cordura o la sensatez
florezca entre el suelo quemado, que es mi destino; de tanta radioactividad; o
simplemente sea tan cobarde como siempre y abra la botella de vino y tome dos
vasos para dormir aletargado lo antes posible.
El cultivo de otros desastres, otros paisajes, otras
culturas, otros planetas… Sólo hace que acrecentar mi deseo indigno de acabar
siendo golpeado por una ola embustera de un mar en calma, sin despedirme de
nadie. Pero me anclo en la meseta, en el sedentario ir y venir del monasterio
al claustro y así paso mi existencia como los santos…
Si fuera más digno y menos condescendiente, la llamaría y
repartiría mis desgracias entre braguitas mojadas e innecesarios sostenes…
¿Total, no lo hacen los casados en los burdeles?
¡Mejor me doy al vino!