Ayllón carta de amor
¡Qué
bien hiciste!
Es algo terrible para mí acudir a la nueva
exposición de pintura del Museo. Otra vez he sido invitado, muy a mi pesar.
Es
algo terrible mirarme al espejo, mientras me arreglo el cuello de la camisa sin
planchar. Tú no me dejarías ir vestido así, seguro. Disimulo mi dejadez con el
jersey gordo que me regalaste, sin venir a cuento, un día de primeros de
febrero. No tengo ganas de afeitarme.
Hoy
presenta su obra Pilar, tu amiga y compañera de la escuela de arte. Tendría que
ponerme a planchar o afeitarme esta barba de tres meses, pero, ya ves; te estoy
escribiendo. ¿Por qué?
No
lo sé. Mi día a día no ha cambiado mucho. Sigo sentándome en la terraza del
Pemar una vez a la semana, casi siempre los viernes, allí leo el periódico. ¡Ya
sabes! Para disfrutar mejor del fin de semana, conocedor del ruido lejano, la
paz vivida en Ayllón es el mejor de los regalos. Siempre lo ha sido, aunque tú
te decidiste por el ruido. Lo siento, no debí escribir esto. Tu talento lo
primero, mira Pilar, premios aquí y allá; siempre desde Madrid, ¡maldito
Madrid!
Negar
la mayor, sería ser necio. Te echo de menos, y te comprendo. Desde que te
fuiste no he vuelto a regar el patio, ni a poner flores frescas en la mesa del
comedor. Siguen colgando tus bodegones en todas las habitaciones. No soy capaz
de quitarlos. Tu capacidad innata de algodonar con los colores las flores
mustias y las botellas de vino vacías, que no me dejabas reciclar; siguen
refrescando cada estancia de la casa. Aunque hace mucho que no subo las
persianas.
La
Yaya me lo pregunta cada semana. ¿Te pasa algo? ¡Vecina cotilla!, decías tú… Yo
siempre la digo lo mismo, que prefiero no manchar toda la casa, que soy muy
vago limpiando… ¡Y no la miento!, tú lo sabes. Me he instalado el taller en el
salón, y como en la pequeña mesa de la esquina de la cocina, suficiente ahora
que te has marchado. A veces, la Yaya, me acerca un poco de guiso que la ha
sobrado o unos filetes que se la van a poner malos. ¡Es una santa! Cotilla sí,
pero, ¿preguntar por la rutina del vecino, no es preocuparse, cuidarme? Yo
siento que me cuida desde que te fuiste. Los domingos cuando sale a misa por la
mañana, me toca el cristal que da a la calle y la saludo sonriente, con el
pincel en la mano.
¡Por
eso te escribía! He vuelto a pintar. Garabatos, ya sabes. Nunca he tenido tu
talento. Mis colores han cambiado. Sólo uso negros, grises y azules, casi
siempre oscuros y densos… También me acerco a La Martina y pinto los cielos que
yo solo veo, siempre nublados, tapiados con Los Paredones o, simplemente, un
horizonte con nubes con sabor a nieve, esa nieve que tanto te gustaba pisar
cuando íbamos andando hasta el Museo. Nubes cargadas de ceniza, de polvo en
constante movimiento que trato de captar con pinceladas bruscas, gruesas,
espesas…
Por
cierto, he vuelto a fumar. No tengo ninguna personalidad, lo sé. Supongo que el
humo me hace compañía. ¡Qué bien hiciste en mancharte a la capital!
Las
cosas no son tan fáciles de expresar como generalmente se dice. No encuentro la
constelación propicia que me lo dicte, quizás porque no salgo al patio a
buscarla. Yo quería sentarme a recordate y preguntar por tu carrera
profesional; y me encuentro diciéndote que no me afeito, que no plancho, que
pinto paisajes de un holocausto muy particular, tu ausencia. Con todas las
persianas bajadas...
Te
iba a preguntar: ¿Cuánto hace que te fuiste? Seis meses y nueve días. Un
domingo soleado, con una sola maleta. El resto ya lo habías empaquetado y
vendrían a recogerlo. Al día siguiente se pasó el repartidor y me desnudo de
tus pinceles y tus caballetes. Me quedé… tan solitario como un poeta de siglos
pasados, donde a la ausencia se le sacaba partido con poemas, que aún siguen
tatuados en el recuerdo de los que los leímos alguna vez, de los que amamos en
silencio.
¡Te
dejo! Seguro que me preguntará Pilar por cómo lo llevo. Tendré que mirarme al
espejo antes de salir y ensayar una mentira, un relato corto que no me haga
mostrar demasiado. Atrofiar mis sentidos es fácil, lo malo va a ser sonreír
ante su vuelta y su obra...
Te
echo de menos Clara. Cuando vea tu obra en el Museo, esa que ahora no puedo
leer su título en voz alta. Quien tuvo, retuvo, es demasiado directo
como para no mantenerte en el recuerdo. Es la primera vez que visito el Museo
desde su presentación. Son las obras de arte, como decía Rilke; seres llenos de
misterio, cuya vida perdura, mientras la nuestra, la mía, sólo pasa y…
Bueno,
igual nunca te mando esta carta, igual la meto en un sobre y se la doy a Pilar
para que te la dé en mano, o igual, casi seguro, sirve como combustible para la
estufa, ahora que empieza el invierno, el primer invierno sin ti, se presenta
denso y plomizo… Si tengo suerte, sereno.
Que
te vaya bien, Clara. Se me hace tarde
Siempre
tuyo, te sigue queriendo
Javier
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