1. Chivata

 


Así el equilibrio es imposible,

así el trapecista se retuerce

en el alambre a 21 metros de altura…

 

Así tu… confías en mí, pero

así el miedo es inevitable,

así con la cara triste cada día,

así puede amanecer 100 días un elfo,

pero así me muero.

 

Así no, Lira… así no, lo siento.

            ...a las 18:50

después de 21 llamadas.

 

A las 19:15 horas la tenía cogida del pelo con la mano izquierda, de rodillas en el suelo. Sólo pedía un pico, un pico de heroína para pasar el mono. Sabía que ella lo tenía y había cruzado la calle que les separaba. 21 metros, aunque la orden pedía más de 500. Cruzó, subió, Lira abrió y él con una patada hizo el resto.

 

No podía contenerse, no sabía hacerlo. Nadie le había enseñado. La agarró de su melena, y sucumbió al instante. Su hija gritaba como gritan los animales en peligro. Gritos sordos. Los vecinos, acostumbrados al alboroto seguían en silencio.

 

Una llamada al 112. Segundo E, calle Tomillo 2. Lo de siempre. El Pirri se ha saltado la orden de alejamiento, y se escuchan los gritos desde la ciudad. Por favor, acudan con una ambulancia, creo que la está haciendo daño. El vecino baja con su hija al parque, lejos de aquello. Tiene sólo siete años, y no sabe cómo explicarle que hay padres que hacen daño a sus hijas. Se le acaban los argumentos.

 

Pirri ha salido de su casa, dejando a su hermana inconsciente en el suelo de un culetazo. Justo cuando ella misma, guardaba la pistola en su escritorio. La Juli es guapa, lista y embustera; pero esto no lo vio venir. No le gustaba que entrara su hermano en la habitación, pero siempre lo hacía en el peor momento. Cada vez con uno. Tres hijos de tres padres diferentes. Dos de ellos en la cárcel por menudeo y un pringao del centro al que le saca los cuartos para dar de comer a los tres polluelos.

 

Pero de ella ya hablaremos en otro momento. Ahora está inconsciente, la sangre la cubre su pelo negro. El hilo lo frenan sus pestañas frondosas. Su hija pequeña llora a su lado, sin derramar una lágrima. Sabe que se jodió la tarde en el parque, otro día sin jugar con sus amigos. Odia a su tío cuando se pone así. Para ella también ha cambiado, antes no era así, antes era él quien la bajaba al parque, quién conocía a todas sus amigas, quien las llevaba al único kiosko. Siempre de su mano.

 

La niña, de once años; llama a su madre por su nombre. Julia, por favor despierta, tengo miedo.

 

Mientras a Pirri se le había ido de la mano todo, todo menos Lira. Sólo quería un pico. ¡Dámelo, y os dejo en paz! ¡Calla, puta cría! ¡La culpa es de tu madre! ¡No me da lo que la pido! ¡Dámelo, y me voy! ¡Joder, joder, joder!

 

Las sirenas entran por la ventana abierta del salón. Chuchi señala con el dedo la ventana abierta. Desde afuera, no se ve a nadie. No quiere más preguntas, su hija lo mira con los ojos vacíos. Tranquila nena, ahora cruzamos al parque, bebe un poco de agua, toma.

 

Lo siento, pero tengo que irme, yo llamé, es lo de siempre, estoy harto. Suerte.

 

La ambulancia está aparcada junto a un patrol de la Guardia Civil. Hablan entre ellos, pero nadie mueve un dedo. Los niños en el parque quieren acercarse. Las luces de los coches les hipnotizan, creen que es un parque de atracciones. Otro patrol se acerca, y frena bruscamente.

 

Chuchi se aleja fingiendo una sonrisa a su hija. La coge en brazos, y huye hacia los toboganes.

 

La Juli se despierta con el aliento de su hija Candela acariciando sus pestañas. Se miran, se abrazan. ¿Dónde está tu tío? Creo que se ha ido de casa… ¿¡Mamá!? Juli se levanta como un resorte, los dos primeros pasos no son en línea recta, pero se repone rápido. Abre el cajón, comprobando su corazonada. Aparta a su primogénita sin miramientos y baja corriendo las escaleras. Se aparta de la cara la sangre con la palma de su mano derecha. Hasta que no asoma al portal, no la llegan los sonidos de las sirenas. Un Guardia la impide salir del portal. ¡Sé dónde está! ¡Tiene un arma! ¡Soy su hermana, joder!

 

¿La hermana del Pirri? Está en casa de su ex. Tenía mono y ha ido a su casa. ¿Por qué, ella guarda heroína? ¡No lo sé, pero sé que está allí! Ya lo sabemos señorita, tranquilícese ¡Qué cojones me cuentas! ¡Lira está con su hija, mi sobrina! ¡Mi hermano la va a matar! ¡Liraaaa!

 

Juli se zafa del Guardia y logra cruzar la calle, hasta que otros dos Guardias la frenan en seco. No deja de gritar: ¡Mi hermano la va a matar!

 

Mientras la atienden sentada en la puerta de atrás de una de las ambulancias, la Juli pone al día al jefazo de todo aquel tinglado que tienen montado. Calmada, gracias a un pinchazo en el brazo; es capaz de advertir del peligro que corre Lira y su sobrina. El jefazo la tranquiliza. Sube por las escaleras hasta el segundo. Los vecinos ya están advertidos. ¡Por favor, no salgan y cierren las ventanas!

 

¡Pirri, voy a entrar! ¡Ni se te ocurra, joder! Pirri vomita sin querer. La frente la tiene completamente sudada, pero el frío no deja de estar instalado en cada uno de sus poros. Le duelen los huesos, el estómago le provoca más arcadas. ¡Sólo quiero una dosis, que me la dé, sé que tiene, joder! Otra arcada le hace cubrirse la boca con la mano que sostiene la pistola de su hermana.

 

Deja el arma, suelta a Lira y a tu hija. Déjalas salir y te damos lo que nos pides. Después volverá la calma. ¡No me jodas, no soy tan gilipollas! ¡No me toques los cojones! ¡Iros a tomar por cul… Esta vez, vomita encima de Lira. A ella la duele la cabeza, el brazo izquierdo de Pirri, no la deja ponerse de pie. Intenta buscar a su hija con la mirada, pero unas lágrimas que no siente la nublan la vista. Ya no tiene fuerzas para intentar zafarse. La niña ha desaparecido, se ha encerrado en el baño del pasillo. Ya no grita. No sabe rezar, nunca ha visto rezar a nadie. Está arrodillada, frente a la puerta, con los ojos cerrados y las dos manos apretando la cerradura.

 

¡Dile que me dé la heroína!, dice Pirri mientras se arrodilla junto a Lira. El estómago le quema, la mano izquierda pierde fuerza. Lira intenta gatear, pero se resbala con el vómito y su cara acaba en un charco. Pirri reacciona. ¡No me jodas, zorra!

 

¡Pirri cálmate! ¿Qué ha pasado? ¿Lira está bien? Pirri la apunta con la pistola, la restriega por su vómito. La quiere susurrar al oído su única petición, pero se muere de dolor. El Guardia entra. Dos disparos apagan las sirenas, congelan la tarde veraniega en el parque. Todos los niños se giran hacia el segundo piso de la calle Tomillo. Allí está temblando en el baño una niña de cuatro años.

 

Entran más Guardias en la casa. Apremian a los sanitarios. Lira está tumbada en el charco de vómito. Pirri está a su lado, tumbado boca arriba, con los ojos cerrados, y la pistola de su hermana aferrada a su mano derecha.

 

Treinta minutos después la Juli está llorando en la sala de espera del Hospital Clínico. Junto a ella no hay nadie. Dos Guardias la custodian desde lejos. Respetan su duelo, ya han confirmado la muerte de su hermano. Pirri ha muerto. Ella, la Juli, está acusada de tenencia de armas y de drogas. Mientras la atendían en la ambulancia, dos Guardias entraron en su casa. Su hija mayor, Candela; les indicó dónde solía guardar la droga. El armario de sus dos hermanos pequeños, detrás del cajón de su ropa interior.

 

No vamos a decir nada a tu mamá, le dijo uno de los Guardias. Es lo mejor que puedes hacer, muchas gracias. Ahora te vienes con nosotros, ¿tendrás hambre? Carlota agachó la cabeza, y obedeció a los Guardias. La Juli no preguntó por ella, ni por ninguno de sus hijos, cuando se la llevaron a la comisaria entre lágrimas.

 

Su hermano estaba muerto, Lira y su hija a salvo. No sabía nada más, no quería saber nada más. Después de declarar a su hermano, oficialmente muerto, pidió un abogado, y esa noche durmió en el calabazo de la comisaría más cercana al hospital. Justo enfrente, como si así pudiese velarle. La Juli durmió plácidamente bajo una manta.

 

Candela durmió en casa de su hermano pequeño. La fatiga y el sentimiento de culpa, pudieron con ella.

 

Candela preguntó por su madre nada más levantarse. Tenía para desayunar galletas, cereales, pastas y magdalenas. Su hermano pequeño no quería levantarse de la cama, ni sentarse a la mesa a desayunar. Ella no comió nada.

 

El silencio que buscaba Candela no pudo ser. Ese día no fue al colegio, pero tuvo que responder a muchas preguntas. Por la tarde la acercaron a su casa, se mudaba a casa del padre pequeño de su hermano sin preguntas. Las consecuencias de ser una chivata, se decía mientras bajaba en el ascensor.

 

 

 

 

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